Soundless
¿He dicho que algo es lo peor que he escrito en mi vida? Olvídenlo, esto sí es lo peor que escrito en mi vida. Los apuros que me ha dado la vida estos días no me dejaron para más. Un regalo para Neissa, por su cumpleaños, atrasado.

En ese momento ella no podía dudar. Tenían que encerrar a Hao, y así evitar que el se convirtiera en el Rey de los Shamanes. Y ella, como futura esposa del próximo Shaman King, como descendiente de los Kyōyama, y como una persona destinada a formar parte de la familia Asakura, ella tenía que acabar con él.

Ana siempre fue educada para ser una esposa perfecta. Nunca fue lo suficiente buena a los ojos de los demás, pero fue la mejor para ser la esposa del descendiente de los Asakura. Por eso ella jamás se dio el lujo de enamorarse, siquiera de pensar en el resto de los hombres como pretendientes. Nunca. Ella siempre supo que se casaría con Yoh.

Talvez por eso, al ver la imagen de su prometido en un completo extraño, sintió algo diferente que con los demás. Talvez por eso, inconcientemente se había enamorado de él; por simple inercia: ella debía estar enamorada para ser una buena esposa.

Y aunque lo intentara no podía quitarse esa estúpida atracción que sentía por Hao. Por eso, en el momento en el que falló no se sorprendió. Porque ella no estaba viendo a Hao como una sacerdotisa.

Lo estaba viendo como una mujer. Una mujer completamente enamorada de un desconocido. Y talvez por eso, pensó que Hao le sonreía cuando lograba escapar. Y esa estúpida atracción le hizo pensar que aun había alguna esperanza de estar junto a él.
Soundless
Un pequeño relato para Saya, bazofia hecha con amor =D

Para la gran mayoría de la gente, ver es una de las tantas funciones del cuerpo humano, que se lleva a cabo con naturalidad desde el nacimiento. Para mí también fue así; para que lo niego. Nunca creí que fuera algo especial, y jamás le preste atención a ese detalle.

No le ofrecía el valor suficiente al hecho de poder ver la cara de mis padres cada mañana; ver al sol ocultarse entre las montañas; ver a aquellas pequeñas luces que de alguna manera se las arreglaban para brillar en la noche. Era algo normal para mí, y para casi todos.

En este momento estoy bastante agradecida. Feliz de saber cómo son mis padres, de haber visto la sonrisa de mi hermano, de haber aprendido los colores de la naturaleza, y verlos por mí misma. Doy las gracias por saber de que color es mi habitación, y haberlo escogido porque me gustó. Y aunque doy las gracias, no puedo evitar sentirme frustrada. Porque yo debo volver a ver todo eso.

Paso mis manos por toda mi cabeza, sintiendo mi boca, mi nariz, mi cabello, mis orejas, y la banda que ocupa mis ojos. Siento como mi madre, o talvez mi padre, está en la puerta, observándome. Hace tiempo que se dieron por vencidos en intentar hacerme sentir mejor.

Ya son dieciocho semanas en las que no abro los ojos, por miedo de rectificar que sigo sin poder ver. La operación terminó hace más de veinte, y se supone que estoy más que lista para ver los resultados. Pero no puedo hacerlo. Tengo miedo de no poder hacer una de las pocas cosas que todo el mundo hace con tanta facilidad.

Miedo de saber que jamás me veré de nuevo. Que todo será como estos cinco meses, repleto de oscuridad. Blanco o negro, creo que olvidé el color. Por eso yo no quiero quitarme las vendas.

Tomo una orilla y empiezo a desprenderlas. Inmediatamente mis padres se acercan y se sientan junto a mí, siento como la mano de mi mamá está sobre mi pierna. Termine. Pero aun así, no quiero abrir los ojos. No quiero ver. O más bien; no quiero saber que jamás podré ver.

Dieciocho semanas sin ver. Eso es lo que te hace falta para valorar las cosas tan comunes.

Entonces, lloro.