Soundless
Miró a Neji, como si acabara de hacer un gran logro para el ser humano. Tomó su libreta y su lápiz —Lee le había recomendado cargar siempre con unos para no olvidar las enseñanzas de la juventud— y se quedó observándolo.

¿Por qué todos podían tener novia? Era obvio que Shikamaru tenía una relación con la chica de la arena, y ahora Neji también. ¿Qué los hacía tan especiales? El Nara era un tipo al que todo le parecía problemático, y Neji era uno de los tipos más apáticos que conocía. Él era un partido mucho mejor; aún mejor que Sasuke y su cabello de ave.

¿Por qué alguien se fijaría en el Uchiha teniendo un cabello tan extraño? Apostaría a que lo cuidaba con su vida, al igual que las largas cabelleras de Shikamaru y Neji.

Sí… el cabello.

—¿Fue tu cabello? —preguntó.

—¿Qué? —le dijo el Hyuga como respuesta, como si le hubiera preguntado algo tonto.

—Al parecer las chicas se sienten atraídas por el cabello. El teme siempre ha tenido un peinado con estilo —ave, pero con estilo; le recordó su inconciente—, y Shikamaru lo tiene casi tan largo como tú. Dime, ¿es el cabello? Porque el mío también es lindo.

Si su hipótesis era cierta, sus problemas estaban solucionados.

—No tengo la menor idea, Naruto —le respondió Neji, dándole toda la razón. No tenía que decirlo todo, para él bastaba con eso para saber que el cabello era lo que atraía a las chicas.

Se preguntó interiormente porqué aún no había conquistado a ninguna, especialmente porque su rubia cabellera podría ser utilizada en anuncios para el pelo. Tendría que preguntarle a Neji —quien en estos momentos parecía estar divagando sobre la inmortalidad del cangrejo*— exactamente qué hacía para llamar la atención de las chicas. Talvez era cuanto tiempo lo dejaba secar, o cuantas veces lo cepillaba, o el shampoo que usaba…

Sí, el shampoo.

Debía tratarse de eso.

No lo pensó dos veces antes de ir tras la chica que cargaba con las cosas para el baño.
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Las consecuencias de nuestras acciones son siempre tan complicadas, tan diversas, que predecir el futuro es realmente muy difícil.
Para Retos Ilustrados~

Hana miró hacía el cielo, aburrida. A un lado de ella su amigo esperaba una respuesta, impaciente y con una ceja levantada. La chica suspiró y se tiró sobre el césped; en cambio, él se quedó sentado en su lugar.

—¿Ves? Yo tenía razón. Sabía que Deisy se comprometería, y ahora está a unos días de casarse. Y tú decías que no podía adivinar —le espetó Lucas con cierto orgullo.

Como respuesta ella extendió los brazos y cerró los ojos.

—Coincidencia —dijo al fin.

—No. Yo lo supe desde un principio. Yo tenía razón, y tú no. Lo que no quieres admitir es que yo pueda ver el futuro —le dijo tranquilamente, con una sonrisa en la cara.

—Coincidencia —repitió ella.

Lucas ya no podía aguantar más la actitud de su amiga. ¿Tan difícil era para ella admitir que él tenía poderes súper naturales que ningún chico de quince años podría tener? Si bien era cierto que él siempre había estado un poco obsesionado con todo eso, esta vez él había estado en lo correcto. Se tiró al suelo junto a ella y bufó.

Estuvieron así por algunos minutos. No era algo extraño en ellos, pocas veces hablaban de algo: no tenían nada en común. Pero la compañía del otro siempre les había agradado. Pero Hana no podía dejar que su amigo siguiera pensando que él era más especial que los demás.

—El futuro no se puede predecir —empezó, sin siquiera abrir los ojos—, es imposible. Cualquier cosa puede cambiar un resultado.

—Pero siempre existe un resultado final, y eso es lo que yo sé —le contestó él mientras sonreía con arrogancia.

—La más pequeña e insignificante cosa siempre cambiara el resultado —le dijo ella, mientras se daba la media vuelta para poder verlo. Él hizo lo mismo, quedando a apenas algunos centímetros—, por ejemplo, hace dos meses yo creía que estaba enamorada de mi novio.

Él la miró con sorpresa. Si había alguien que todos sabían, era que Hana estaba completamente loca por su novio, a tal punto de ser obsesiva, discreta, pero obsesiva.

—¿Y ahora? —le preguntó, intentando sonar normal.

Ella lo besó. Lucas no pudo ni moverse.

—Ahora, por un beso, tendré que terminar con él.

El chico intentó componerse, pero su mente no se hacía a la idea de que una chica a la que apenas conocía lo hubiera besado así como así. A pesar de sus intentos no pudo levantarse, y ella tampoco lo hizo.

—Si hace dos meses hubiera ido a la fiesta en lugar de ir a esa cena de mis padres, si no hubiera caído por usar tacones, si no te hubiera conocido… talvez yo estaría casada en algunos años. Apuesto a que eso nunca lo imaginaste.

—Yo lo sabía —respondió intentando nuevamente recobrar la compostura.

—¿Qué sabías? —le preguntó ella mientras se sentaba.

—Que de alguna manera u otra, yo tenía que terminar contigo.
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¿He dicho que algo es lo peor que he escrito en mi vida? Olvídenlo, esto sí es lo peor que escrito en mi vida. Los apuros que me ha dado la vida estos días no me dejaron para más. Un regalo para Neissa, por su cumpleaños, atrasado.

En ese momento ella no podía dudar. Tenían que encerrar a Hao, y así evitar que el se convirtiera en el Rey de los Shamanes. Y ella, como futura esposa del próximo Shaman King, como descendiente de los Kyōyama, y como una persona destinada a formar parte de la familia Asakura, ella tenía que acabar con él.

Ana siempre fue educada para ser una esposa perfecta. Nunca fue lo suficiente buena a los ojos de los demás, pero fue la mejor para ser la esposa del descendiente de los Asakura. Por eso ella jamás se dio el lujo de enamorarse, siquiera de pensar en el resto de los hombres como pretendientes. Nunca. Ella siempre supo que se casaría con Yoh.

Talvez por eso, al ver la imagen de su prometido en un completo extraño, sintió algo diferente que con los demás. Talvez por eso, inconcientemente se había enamorado de él; por simple inercia: ella debía estar enamorada para ser una buena esposa.

Y aunque lo intentara no podía quitarse esa estúpida atracción que sentía por Hao. Por eso, en el momento en el que falló no se sorprendió. Porque ella no estaba viendo a Hao como una sacerdotisa.

Lo estaba viendo como una mujer. Una mujer completamente enamorada de un desconocido. Y talvez por eso, pensó que Hao le sonreía cuando lograba escapar. Y esa estúpida atracción le hizo pensar que aun había alguna esperanza de estar junto a él.
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Un pequeño relato para Saya, bazofia hecha con amor =D

Para la gran mayoría de la gente, ver es una de las tantas funciones del cuerpo humano, que se lleva a cabo con naturalidad desde el nacimiento. Para mí también fue así; para que lo niego. Nunca creí que fuera algo especial, y jamás le preste atención a ese detalle.

No le ofrecía el valor suficiente al hecho de poder ver la cara de mis padres cada mañana; ver al sol ocultarse entre las montañas; ver a aquellas pequeñas luces que de alguna manera se las arreglaban para brillar en la noche. Era algo normal para mí, y para casi todos.

En este momento estoy bastante agradecida. Feliz de saber cómo son mis padres, de haber visto la sonrisa de mi hermano, de haber aprendido los colores de la naturaleza, y verlos por mí misma. Doy las gracias por saber de que color es mi habitación, y haberlo escogido porque me gustó. Y aunque doy las gracias, no puedo evitar sentirme frustrada. Porque yo debo volver a ver todo eso.

Paso mis manos por toda mi cabeza, sintiendo mi boca, mi nariz, mi cabello, mis orejas, y la banda que ocupa mis ojos. Siento como mi madre, o talvez mi padre, está en la puerta, observándome. Hace tiempo que se dieron por vencidos en intentar hacerme sentir mejor.

Ya son dieciocho semanas en las que no abro los ojos, por miedo de rectificar que sigo sin poder ver. La operación terminó hace más de veinte, y se supone que estoy más que lista para ver los resultados. Pero no puedo hacerlo. Tengo miedo de no poder hacer una de las pocas cosas que todo el mundo hace con tanta facilidad.

Miedo de saber que jamás me veré de nuevo. Que todo será como estos cinco meses, repleto de oscuridad. Blanco o negro, creo que olvidé el color. Por eso yo no quiero quitarme las vendas.

Tomo una orilla y empiezo a desprenderlas. Inmediatamente mis padres se acercan y se sientan junto a mí, siento como la mano de mi mamá está sobre mi pierna. Termine. Pero aun así, no quiero abrir los ojos. No quiero ver. O más bien; no quiero saber que jamás podré ver.

Dieciocho semanas sin ver. Eso es lo que te hace falta para valorar las cosas tan comunes.

Entonces, lloro.
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Bazofia para Retos Ilustrados

¿Saben que es lo más horrible de los profesores? No es sólo que sean maestros, no, eso sólo es algo indispensable para que nosotros, los alumnos, tengamos una tendencia gigantesca a odiarlos. Tampoco es que ellos, además de nuestros santísimos padres, sean las únicas personas con el rango suficiente para darnos ordenes, y que nos veamos en la necesidad de cumplirlas si no queremos reprobar.

Lo peor de ellos es la impunidad que tienen. Joder, tienen el derecho de elegir si todos nuestros esfuerzos en un trabajo son dignos de un diez, y si la tienen contra ti, encuentran un mínimo error para rebajarte la calificación un setenta por ciento. ¿Y qué puedes hacer? ¡Nada! Y si intentas patearlos, ten por seguro que te expulsaran. Experiencia propia.

Son unos monstruos.

Pero ya no más. No, claro que no. Esta vez me he encargado de hacer de mi tarea un trabajo completamente perfecto. Digno de un premio. Simplemente no contenía falla alguna. La maestra Alice no tendría razón alguna para colocarme un seis de nuevo. ¡Todos me admirarían! Y pensarían: oh, Daniel, no creímos que personas como tú —un pobretón que ama luchar con cuanto se le cruce en el camino— pudieran hacer un trabajo de tal prestigio.

Camino hacia la profesora, sonriendo de oreja a oreja, sosteniendo la perfección hecha papel en mis manos. Ayer estuve pensando por horas una idea genial para mi cuento corto, y todo eso dio resultados. Tuve que abstenerme a salir con mis amigos, a ir a la playa, a hacer nada en mi casa, pero al final todo valdría la pena, y la profesora tendría que alabarme.

Era un plan maestro.

Y cuando ella se viera en la necesidad de glorificar mi trabajo, yo le sonreiría y le diría que la perdonaba por tanto año de injusta calificación. Sí, la odio, pero sólo es seis años mayor que yo. ¿Qué chico normal de dieciséis años no ilusiona con su maestra de español? Es una historia hasta cliché.

Mis compañeros me miran asombrados, yo me lleno de orgullo. Pame, mi mejor amiga, susurra algo que entiendo como un ‘estúpido’, pero no le presto atención, es algo normal en ella hacerme ese tipo de comentarios sarcásticos.

Le entrego mi trabajo a la profesora, me mira como si no entendiera —obviamente a causa de la sorpresa—, pero al fin y al cabo lo toma. Repaso mentalmente las últimas palabras de mi historia… Él cayó al suelo, sintiendo como su corazón iba cada vez más pausado, y su respiración empezaba a hacerse dificultosa. Y aun cuando la vio ahí, frente a él, con esa espada que causó su muerte, no pudo evitar dedicarle su último pensamiento a aquella chica.

Simplemente perfecta.

La maestra me mira, toma su pluma, y luego vuelve su vista a mi trabajo. Escribe la calificación en él, luego me lo entrega.

6

—Me encanto, Daniel. Lastima que la fecha de entrega pasó hace más de dos semanas, y no pueda ponerte un diez.