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Bazofia para Retos Ilustrados

¿Saben que es lo más horrible de los profesores? No es sólo que sean maestros, no, eso sólo es algo indispensable para que nosotros, los alumnos, tengamos una tendencia gigantesca a odiarlos. Tampoco es que ellos, además de nuestros santísimos padres, sean las únicas personas con el rango suficiente para darnos ordenes, y que nos veamos en la necesidad de cumplirlas si no queremos reprobar.

Lo peor de ellos es la impunidad que tienen. Joder, tienen el derecho de elegir si todos nuestros esfuerzos en un trabajo son dignos de un diez, y si la tienen contra ti, encuentran un mínimo error para rebajarte la calificación un setenta por ciento. ¿Y qué puedes hacer? ¡Nada! Y si intentas patearlos, ten por seguro que te expulsaran. Experiencia propia.

Son unos monstruos.

Pero ya no más. No, claro que no. Esta vez me he encargado de hacer de mi tarea un trabajo completamente perfecto. Digno de un premio. Simplemente no contenía falla alguna. La maestra Alice no tendría razón alguna para colocarme un seis de nuevo. ¡Todos me admirarían! Y pensarían: oh, Daniel, no creímos que personas como tú —un pobretón que ama luchar con cuanto se le cruce en el camino— pudieran hacer un trabajo de tal prestigio.

Camino hacia la profesora, sonriendo de oreja a oreja, sosteniendo la perfección hecha papel en mis manos. Ayer estuve pensando por horas una idea genial para mi cuento corto, y todo eso dio resultados. Tuve que abstenerme a salir con mis amigos, a ir a la playa, a hacer nada en mi casa, pero al final todo valdría la pena, y la profesora tendría que alabarme.

Era un plan maestro.

Y cuando ella se viera en la necesidad de glorificar mi trabajo, yo le sonreiría y le diría que la perdonaba por tanto año de injusta calificación. Sí, la odio, pero sólo es seis años mayor que yo. ¿Qué chico normal de dieciséis años no ilusiona con su maestra de español? Es una historia hasta cliché.

Mis compañeros me miran asombrados, yo me lleno de orgullo. Pame, mi mejor amiga, susurra algo que entiendo como un ‘estúpido’, pero no le presto atención, es algo normal en ella hacerme ese tipo de comentarios sarcásticos.

Le entrego mi trabajo a la profesora, me mira como si no entendiera —obviamente a causa de la sorpresa—, pero al fin y al cabo lo toma. Repaso mentalmente las últimas palabras de mi historia… Él cayó al suelo, sintiendo como su corazón iba cada vez más pausado, y su respiración empezaba a hacerse dificultosa. Y aun cuando la vio ahí, frente a él, con esa espada que causó su muerte, no pudo evitar dedicarle su último pensamiento a aquella chica.

Simplemente perfecta.

La maestra me mira, toma su pluma, y luego vuelve su vista a mi trabajo. Escribe la calificación en él, luego me lo entrega.

6

—Me encanto, Daniel. Lastima que la fecha de entrega pasó hace más de dos semanas, y no pueda ponerte un diez.
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¡Para Retos Ilustrados!

—Mira, amor, nuevos vecinos —le dijo la madre al pequeño que estaba sentado en la mesa, comiendo su desayuno.

El niño, de no más de cuatro años, la miró incrédulo. Él jamás había oído de los vecinos. ¿Serían seres de otro mundo? ¿Y qué era lo que estaban haciendo tan cerca de su casa? Él tendría que tener una larga plática con esas cosas.

—Mamá, ¿qué es un vecinos? —le preguntó inocentemente. Ella se colocó un dedo en la barbilla y tomó una pose pensativa, mientras tomaba un pedazo de pan y lo colocaba en el plato del niño.

Se sentó a su lado, y luego sonrió triunfante.

—Es alguien que vive a un lado tuyo. Pero siempre tienes que ser buena persona con ellos, porque ellos te pueden ayudar algún día.

Él asintió, contento con la respuesta de su madre. No tendría que preocuparse por hablar con aquellos seres, porque si ayudaban a las personas, debían ser buena gente. Tomó un apunte mental: ser amable con ellos.

—¡Terminé! —gritó, y luego se bajó de un salto de su silla— Voy con Anaeli —le dijo, ella le hizo un gesto con la mano, diciéndole que estaba bien.

La madre lo miró con un poco de tristeza. La verdad su hijo necesitaba más compañía que la de una chica de catorce años. Pero con la escasa población del lugar donde vivían, era imposible que su niño conociera a otro niño de su edad.

Mientras el pequeño salió de la casa, miró a ambos lados antes de cruzar. Aunque no hubiera mucha gente en el rancho, y era casi improbable que un auto pasará cerca de su casa, su mamá siempre le había recordado mirar a todos lados antes de cruzar, para evitar un accidente. Cuando miró hacía el frente lo vio: su nuevo vecino.

Estaba sentado frente a la nueva casa, talvez esperando al resto de su familia. El niño lo vio con algo de lastima. Se veía solo. No era un chico pequeño como él, lo superaba en tamaño. Se sorprendió bastante al notar que su vecino era igual que uno que vivía en el pueblo, sólo que aquel otro era mucho más pequeño. Pero hay personas de diferentes razas, ¿por qué vecinos no?

Se acercó a él cuidadosamente, y se sentó a su lado. Su nuevo vecino lo miró con sus ojos azules.

—Hola, soy Chris. ¿Cómo te llamas? —le preguntó amablemente, pero él se quedó callado. Se quedó observando a su vecino un rato, esperando su respuesta, pero jamás llegó. Él arrugó un poco la ceja, pero recordó que debía tratarlo bien— ¿De dónde vienes?

Sin respuesta. Él empezó a fastidiarse. El vecino no era agradable, ¿así que por qué él tendría que serlo? Se levantó de su lugar, y caminó una calle más para luego gritarle:

—No quiero volver a hablar contigo. No eres una buena persona —le dijo con todas sus fuerzas, intentando que él lo escuchase claramente.

El perro le ladro como señal de despedida.


OMG Hace tiempo que no hacía nada de humor xP
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Fandom: Bleach.
Un diminuto regalo para Lukia

Inhala, exhala, inhala, exhala. Cuenta hasta cien, y luego de reversa. Es lo que debes hacer para intentar calmarte. No es que vayas a hacer algo de vida o muerte… No, sí es de vida o muerte. Apostarías a que si algo sale mal, el capitán Kuchiki, como siempre, terminará culpándote a ti de una u otra manera.

Inhala, exhala, inhala, exhala. Tienes que estar tranquilo, Renji Abarai, este es un día en el que no puedes fallar. Posiblemente se convertirá en uno de los más importantes de toda tu existencia. Y si cometes un solo error, es muy probable que se convierta en el último.

La gran familia Kuchiki enojada contigo no sería nada agradable. Si cuando le dieron la noticia a tu capitán casi te mata con los trabajos, si le fallas te matara con su katana. Puedes tenerlo seguro. Pero tú, tranquilo. Puedes seguir viviendo si haces todo a la perfección.

Tragas saliva.

Renji Abarai jamás será perfecto.

Inhala, exhala, inhala, exhala. Tú puedes con esto. Por algo eres el teniente de la sexta división, y un posible futuro capitán del Gotei 13.

Observa detalladamente los adornos del salón. Son exagerados. Las familias ricas nunca saben medirse en los gastos. Tú preferirías algo sencillo, lindo, pero sencillo. Y estás seguro de que ella también. La alfombra es de un color rojo intenso, obviamente hecha a mano. Escuchaste por ahí que los Kuchiki la mandaron a hacer solamente para que combinara con tu cabello.

Quieres correr. Salir de ahí. Nunca has sido bueno para las cosas que hacen los ricos, por más que tu capitán intentó instruirte. Es algo que jamás se te dio, y estás seguro que fallarás, y estarás en humillación con toda una familia que posiblemente ahora esté esperando alguna razón para matarte.

Inhala, exhala, inhala, exhala.

Lo único que te impide salir de ese gran salón es pensar que estuviste preparándote demasiado tiempo para ser merecedor de esto. Trabajaste por muchos años para estar al alcance de una poderosa familia. Oh, y también que tus piernas no te responden.

Y de repente, la música empieza a sonar. Las puertas principales se abren, y ella entra al salón. Piensas que se ve aun más hermosa con su vestido blanco. Olvidas todo, y sólo te concentras en ver aquella cara tan familiar que ahora te sonríe. Tantos años esperándola…

Inhalaste, pero esta vez te olvidaste de exhalar.


Espero que haya quedado claro que la pareja es RenjixRukia, y se van a casar xP Luki Lu, espero que te haya gustado, después de tanto tiempo, aquí está xD Lo siento, en verdad intenté hacer algo largo, pero los drabbles vienen a mí, ¡al igual que las galletas! Fue hecho con todo mi amor :3
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Original. Para la tabla de Personas Indeseables.

Tomé mi dibujo, me aguante las lágrimas y salí caminando lo más tranquilamente de la habitación, disimulando lo mejor posible mi enojo. Llegué a mi habitación, no cerré la puerta de un portazo, si no más bien sólo le di un leve empujón, logrando que apenas se cerrara lo suficiente como para no verme.

Me senté en la cama, cruce las piernas, tomé una almohada y la abracé fuertemente mientras una lágrima caí solitaria por mi mejilla. Yo no debía sentirme así, no debía odiar a mi mamá, mucho menos a mi hermana y mi padre. Podría ser que solamente me encontrará en la etapa de la adolescencia en la cual yo sentía que todo el mundo me odiara, y ese era el pensamiento que me hacía evitar el llanto y los gritos.

Pero aun así, no podía evitar sentirme terriblemente sola.

Sabía que mi madre estaba en la habitación continua, posiblemente reclamándose a sí misma por haberme corrido de su habitación. Estaba segura de que mi padre estaría afuera de la casa, hablando con algún vecino. Y que mi hermana estaba sentada en la sala, jugando con su nuevo videojuego. Yo no podía estar sola. Los tenía a ellos, mi familia.

Pero aun así, no podía dejar de temblar.

Respiré profundamente, tratando de calmarme. Sabía que todos esos pensamientos de falsa tristeza se debían solamente a las hormonas. Una mera ilusión de mi mente que se hacía mayor por la etapa de mi vida en la que me encontraba. Por eso, cuando me pasaba todo esto, yo debía sentarme a reflexionar en mi cuarto antes de hacer cualquier cosa.

Pero aun así, seguía triste en esos momentos.

¡Cuánto deseaba que alguien me dijera que estaba a mi lado! No, no era de las niñas enamoradizas que sólo desean un novio para pasarse la vida eternamente felices. Yo sólo pedía un amigo que me dijera que estaba ahí, y que no había razón alguna para sentirme sola. Sólo quería a mi mamá, diciéndome que fuera a ver películas a su lado.

Pero aun así, ella seguía en la habitación continua.

Me recosté sobre la cama, abrazando a mi almohada, mientras me repetía que no debía armar un escándalo. Escuché como mi papá entraba a la casa, suspiraba, y le decía a mi mamá que se dejara de lamentar por mí, que sólo estaba de dramática. Yo intenté no escucharlo, ya que en ese momento sólo quería que él me dijera que me quería.

Yo quería verlos a mi lado. No me importaba lo que me dijeran, lo que me dieran, nada. Sólo quería que estuvieran ahí, y que averiguaran cuanto los necesito. Porque, al mismo tiempo de ser las personas a las que más quería hablarles, poco a poco, se estaban convirtiendo en las que menos quería ver. Y yo no quería eso. No quería querer eso.

Sé que ellas están ahí si las necesito, pero me gustaría que ellas averiguaran que lo hago.

Y aun así, me sentía sola.


Espero que les alla gustado, la, realemente, historia de mi vida ^^U
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Para Retos Ilustrados, la tabla de 'Personas indeseables' :D

Miró nuevamente los adornos de la mansión, pero ahora con un tic en el ojo. Para él estaban más que perfectos. Los colores combinaban perfectamente, cientos de globos en el techo, unas cuantas mesas y un pequeño pastel.

Para él todo eso era más que hermoso.

Pero claro, tenía que llevar a su mejor amiga a ver la fiesta de cumpleaños de su hermanita, ¿verdad?

—No, no, no —repitió ella, mientras se sentaba en una de las sillas más cercanas.

Kollin suspiró, luego puso sus manos sobre la cabeza mientras se acercaba a la chica que estaba frente a él. La cabellera negra de su amiga se movía de un lado a otro con el viento, mientras sus ojos verdes examinaban cada parte de la casa del chico.

—¿Ahora qué? —le preguntó y se paró exactamente frente a ella. Dobló los brazos y se quedó ahí parado.

—No me gusta —dijo ella haciendo un puchero.

—No es que a ti te guste, Claire, es lo que tenemos. No gastaremos de más en un cumpleaños —le espetó él, soltando un bufido que movió sus largos cabellos castaños.

Ella se quedó mirándolo. Se mordió el labio y apretó los puños. ¡Cómo odiaba quedarse callada! Pero debía aceptar que no todos los chicos tenían a un padre millonario como ella, y especialmente si vivían en un rancho tan pequeño como aquel. Infló sus cachetes y se mordió la lengua. No debía decir nada más.

Kollin rió interiormente. Su amiga se veía bastante graciosa cuando actuaba como un crío de seis años. Podría ser que ambos tuvieran diecinueve, y ella fuera la chica más rica y codiciada en todo el estado, pero aun así él pensaba que ninguno de los dos había cambiado en lo absoluto. Seguían siendo los niños de cinco años que se conocieron cuando ella se cayó de un caballo.

—¿Por qué sonríes? —le preguntó ella mirando al suelo, marcando cada palabra.

—Porque sigues siendo la caprichosa de mi mejor amiga —le contestó él con burla.

—Cállate —dijo ella forzando la palabra.

Él soltó una carcajada. ¡Cuánto le gustaba hacerla rabiar! Se veía tan linda cuando sentía que el mundo estaba en su contra. Aun recordaba que la primera vez que la vio; había sido tan ingenuo para pensar que esa niña algún día se convertiría en una mujer hermosa y respetable. Ahora su entretenimiento favorito era hacerla enojar.

—¡No te rías! Ahora estoy enojada contigo —le gritó ella mientras se levantaba de su silla. En verdad Kollin era toda una cuestión. ¡Jamás lo entendía! Caminó hacía la puerta de la ya tan conocida casa para ella, con pasos lentos y fuertes, mientras murmuraba cosas intangibles.

Salió de la casa, y el chico se quedó esperando, mientras pensaba en lo pacífica que sería su vida sin esa niña rica loca. Sonrió al instante. Aburrida, pensó. Por más indeseable que fuera su mejor amiga, él sabía que le sería imposible vivir sin ella.

—¡Nos vemos mañana, imbécil! —escuchó como gritaba Claire, furiosa.
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Otro drabble de mi próxima historia original, de la cual, ya tengo casi el primer capítulo xD

Es tan corto el amor y es tan largo el olvido.

Autor: Pablo Neruda


Bufó mientras aplastaba una almohada contra su rostro. A lo lejos lograba escuchar todo el ruido que su familia producía. Quien pensara que los vampiros eran seres misteriosos y pacíficos estaba más que equivocado. Para ella, aunque nunca lo admitiera en público, eran ruidosos y sangrones.

Se rió ante su broma privada, pero de inmediato se calló. No podía ser tan natural con el asunto. No debía ser tan natural. Apretó más el cojín contra su rostro y soltó un grito, que fue ahogado por la almohadilla. Estaba frustrada. Se sentía impotente, pequeña e indefensa. Y aunque realmente lo era, no le gustaba sentirse así.

Por un momento pasó por su mente la imagen de Tristán. Era el único chico que la trataba como se merecía, sin más ni menos. Con el único con el que podía sentirse ella misma.

Se quitó la almohada de la cabeza cuando estuvo lo suficientemente sofocada. Se levantó de la cama de un salto, se colocó sus anteojos y acomodó un poco su corto cabello caramelo. Caminó hasta la ventana y se situó justo en frente de ella, logrando una vista espectacular a la luna.

Ella quería estar con Tristán. Lo extrañaba. Quería verlo de nuevo, sentirlo, besarlo, hablarle, gritarle, abrazarle… Quería estar a su lado. Pero ella sabía bien que jamás podría entablar una relación con el hijo del hombre que quería matar a su familia.

Suspiró, resignada. Se dio la media vuelta mientras se decía que tenía que olvidar al chico del que se enamoró hace cinco años. Ahora ambos eran adultos; seguramente él se había vuelto un gran cazador de vampiros, como toda su familia; en cambio, ella ahora era la protegida de todo un clan de ellos.

Escuchó que tocaron la puerta y fue a abrir, corriendo. Al girar la manilla se encontró con un chico que parecía de su edad, de cabello castaño y ojos azules. Él le sonrío abiertamente mientras le movía el cabello.

—Anelita, Anelita. ¿Otra vez pensando en la persona que nos quiere eliminar? —le preguntó el chico mientras entraba a la habitación y se tiraba sobre la cama.

Ella apretó sus puños. No era que lo que él había dicho fuera falso, pero aun no se hacía a la idea de que su ex-novio quería matar a los seres que ella más amaba.

—Leal, no me gustaría hablar de eso —le dijo sinceramente, mientras se sentaba en una de las esquinas de la cama.

Él se erigió y se puso a un lado de ella.

—Sólo estuviste con él algunos meses. Nada será igual que estar con nosotros por la eternidad. Por favor, tú sabes a quien elegir. —le susurró la oído, mientras se levantaba de la cama y corría hacía la salida.

Ella se quedó mirando la puerta. ¿En tan pocos meses se había enamorado como una idiota? Sí. Y aun peor que eso; ella no podía olvidarlo todavía. Ese chico que la había saludado en sus primeros días de clases no dejaba que ella fuera feliz con su familia.


TABLA DESAMOR: ¡Terminada!
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Soundless
¡Para Retos Ilustrados! Una pequeña fracción de una historia larga original que planeo subir después... espero ^^U

Se puede tener, en lo más profundo del alma, un corazón cálido, y sin embargo, puede ser que nadie acuda a él.

Se sentó en la esquina de la banca, para evitar utilizar mucho espacio para ella sola, sacó un libro de su mochila y empezó a leer, como en todos los ratos libres que tenían. El resto de su grupo debía estar por ahí, jugando o haciendo algo ilegal. Se acomodó sus anteojos y se hizo el cabello para atrás, para que la lectura se hiciera más amena.

Sonrió para ella misma mientras le daba vuelta a la página. Siempre le habían fascinado los libros que la hicieran reír. Nunca se quejaría de vivir con su padre pero era muy cierto que él no era la persona más alegre de la calle, o de la ciudad, talvez de todo el país. Aunque de algo estaba segura: él era el mejor padre de toda la historia. Cuidarla por catorce años, toda su vida, era la clara muestra de ello. Pero aun así, le hubiera gustado tener a un padre más sociable.

Suspiró y cerró su libro. Ella no debería pensar de esa manera. Es más, no podía culpar a su papá de ser antisocial cuando ella no era capaz de hacer un solo amigo en su segundo día de clases. Sabía que mudarse era un gran cambio, pero no debía abstenerse de ser feliz sólo por eso.

Rió interiormente. Ella jamás se había abstenido de nada… Era sólo que los chicos de su edad no le llamaban la atención. Además ella sí tenía amigos. Dos, y mayores que ella, pero los tenía. Talvez era porque nadie la comprendía, o porque ella no los comprendía a ellos. No era que los odiara, o viceversa, si no más se repelían el uno al otro.

Se levantó de su lugar, dispuesta a ir a su última clase del día. Aun faltaban diez minutos para que esta empezase, pero a ella no le gustaban los retrasos. Tomó su mochila y se dirigió al salón de clases. Se perdió varias veces, ya que no se sabía el camino, pero todo era mejor que preguntar para ella.

Desde las sombras un chico la observaba, preguntándose si debería ayudarle. Pero ella se veía muy decidida a encontrar el salón por sí misma, y talvez sólo lograría humillarla. Desde ayer, cuando ella entró a la escuela, él pensó que era una chica linda. Extraña, pero linda. Con unos hermosos ojos, pero con demasiada timidez. Él estaba seguro de que esa persona tenía un buen corazón. Pero aun así, tenía miedo de acercársele. Talvez por los extraños cuentos de su padre sobre que el padre de ella era un vampiro.

Claro que él no creía. Eran puras tonterías de su viejo papá, aunque las demás personas del pueblo sí que lo hacían. Además los ojos de aquella muchacha no podían ser los de un demonio. Se acercaban más a los de un ángel. Movió su cabeza de un lado al otro, mientras se decía mentalmente que debería ir con ella y hablarle. Decirle un “hola” solamente.

Tomó aire, y contó mentalmente, mientras se preparaba para intentar hablar con aquella chica.

Porque él estaba seguro de que ella tenía un corazón cálido, sólo que nadie acudía a él. Y por eso nadie había podido confirmar que todos aquellos mitos eran completamente falsos. Aunque no deberían; con sólo escucharlo todas las personas coherentes debían sacar la conclusión de que no eran más que historias de su padre.

—¡Anel! —le gritó, justo cuando ella se daba la media vuelta.
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Para Retos Ilustrados.

Quería morir. Desaparecer para siempre. O mejor, hacer como si nunca hubiese existido. La vida realmente es un asco. Tienes un trabajo en donde trabajas por horas por una miseria, un apartamento de unas diminutas dimensiones, y lo único que te salva de no suicidarte es un hombre. ¡Era la persona más detestable de todo el maldito mundo!

Y ahora, ¿qué iba a hacer? La única persona que me mantenía con un poco de esperanza se había esfumado para siempre. Ahora estaba enterrada en lo más profundo de la tierra. Me habían despedido de ese maldito empleo por no ir dos días, en los que fue el funeral de mi novio.

Verdaderamente, la vida era un asco. Era de lo peor.

Respiré profundamente. Si seguía así terminaría ahorcándome o algo peor, y ya estaba lo suficientemente grandecita para andar pensando en eso.

Y aún así seguía creyendo que era la mejor opción.

Caminé más lentamente hacía mi casa, con miedo de quedarme sola. Al menos en el parque las personas impedirían que me matase con una roca. Paso por una gran multitud de gente, y no puedo evitar acercarme para ver qué tanto miran. La verdad no es que me interesase, pero estos días buscaba cualquier excusa para no regresar a casa.

Y ahí estaba: un maldito bufón.

Los niños se reían, y los padres le aplaudían mientras dejaban algunas monedas en un sucio gorro tirado en el piso. Yo sólo intenté contenerme. No estaba de humor para las entupidas bromas de un estúpido payaso.

Quise alejarme de la gente, pero por alguna razón termine al frente. Obviamente podían distinguirme de los diez niños que se encontraban ahí cerca. No era que fuera muy alta: ellos eran extremadamente pequeños. El mayor debía tener a lo mucho cuatro años, y el payaso los entretenía fácilmente.

Ahora entendía porqué los padres le dejaban tanto dinero. Entretenía a unos mocosos que no sabían nada de la vida y que se la pasaban haciendo alboroto felizmente en su casa, ¿por qué no dejar que alguien los dejara quietos por poco dinero?

Cuando me iba a dar la media vuelta, él me tomo de la mano. Estaba a punto de darle un buen golpe.

—Una preciosa carita no debería estar triste —me dijo, y luego sonrió. Yo intenté sacarme. La opción de golpearlo se había esfumado: tenía unos hermosos ojos verdes, propios de un infante.

—Y tú no deberías hacerles creer a los niños que todo está bien —le solté de repente. No pude contenerme, había estado demasiado tiempo resentida.

—¿Para qué sufrir, cuando existe la posibilidad de ser feliz? —me preguntó, y luego me soltó.

—No hay tal posibilidad en mi caso —le respondí mientras me alejaba de la multitud. Me dirigí a mi casa, y como siempre, me senté en el piso de rodillas, mientras dejaba que sólo una lágrima resbalara por mi mejilla.

Jamás supe su nombre. Tampoco lo volví a ver. Él era un maldito bufón que había arruinado mi reencuentro.
Soundless
Para Retos Ilustrados
Imagen: Sólo una muñeca

¿Ves aquella muñeca? Sí, era que está tirada en el piso. La observas desde tu cama detalladamente, como si fuera la última vez que la verías. Cierras tus ojos con fuerza, y te prometes no llorar. No debes hacerlo. Es un signo de debilidad, y apostarías a que todas tus amigas se burlarían de ti. No es que ellas no tengan sentimientos, si no que están muy orgullosas de sí mismas por poder ocultarlos.

Pero tú, una pequeña y debilucha chica de dieciséis años, no eres como ellas, por más que quisieras serlo.

Tú ríes a carcajadas y algo se te hizo gracioso, mientras ellas intentan esbozar una débil sonrisa. Tú pides un postre si te quedas con hambre, cuando ellas intentan disimularla pidiendo sólo una ensalada. Tú abrazas a los amigos que más quieres, cuando ellas nunca lo demuestran.

Talvez sea porque ellas son chicas más maduras, que ya han vivido las cosas malas de la vida, pero su forma de ser te es desesperante. Tú no quieres convertirte en alguien como ellas, que esconden todo lo que en verdad son, y aun así quieres evitar llorar a toda cosa. No quieres que nadie se entere que estás triste, que tu corazón te fue arrebatado.

Bajas de tu cama, y te sientas en el suelo. Tomas la pequeña muñeca y a su cepillo, y empiezas a hacerle un par de coletas en su despeinado cabello. Vas al baño, tomas un pequeño trapo y le limpias la cara, llena de manchas. Sonríes mientras recuerdas las horas que solías pasar repitiendo lo mismo una y otra vez. Y siempre con él observantote.

Muerdes tu labio y vas de nuevo a tu habitación, donde decides que se vería mejor con el pelo suelto. Le quitas los broches y observas a tu nueva creación. Está igual que como al principio.

Ríes en el momento que recuerdas que era lo mismo que tu mejor amigo te decía.

—Ane… ¿Vas a jugar de nuevo con esa muñeca? ¡Siempre queda igual! —te había reprochado un chico de ojos turquesa, de no más de doce años— Además deberías madurar. Esas cosas son para niños.

Tú lo miraste amenazadoramente, pero seguiste cepillando a tu muñeca.

—¿Tú me la regalaste, lo recuerdas? Es tú culpa —le habías respondido, sin pensar en la pregunta que te había hecho. Apenas tenías seis años.

—Pero yo quiero que juegues conmigo.

—¡Juguemos juntos con nuestra muñeca!

—¿Nuestra? Yo ya estoy grande para esas cosas.

—No, no. Ella debe tener un papá. Porque si no estará triste, como tú, o como yo.

—Nosotros somos felices. ¿Ok? Jugaré… sólo porque estoy aburrido.

No llores, no llores, no llores; te repites una y otra vez. Escuchas como los más pequeños ya empiezan a sollozar a lejos, y las pocas amigas que aun te quedan en el orfanato intentan consolarlos. Pero nadie te consolaba a ti; su mejor amiga.

Talvez todos pensaban que la vida sin padres era dura, y sí, tenían bastante razón. También creían que te hacía madurar más rápido, muy cierto. Pero para ti no fue así, porque tú tenías a Mike. Él siempre lograba animarte, desde que llegaste el día que tu madre murió. Porque él, para ti, era más que un amigo, o que un padre. Él era Mike.

El día que él se fue del orfanato lloraste por horas, que se convirtieron en días. Las demás niñas te decían que te calmases, que Mike vendría a verte seguido, pero a ti no te importó lo que ellas dijeran. Cansadas de consolarte, te dijeron que te habías encaprichado, y realmente era así.

Pero ellas decían la verdad. Él venía todos los días a verte. Todos los días, menos uno. Ayer. Avientas la muñeca, aquella que simbolizaba su fuerte lazo, esperando que así no te duela. Porque tú no quieres ser más una niña mimada. Te sientas en una esquina y te abrazas a ti misma. No lloras. No gritas. Sólo quieres creer que él sigue ahí, a tu lado, y no tienes porque hacerlo.

Sólo quieres creer que eres sólo una muñeca. Su muñeca.
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