Soundless
Para Retos Ilustrados
Imagen: Sólo una muñeca

¿Ves aquella muñeca? Sí, era que está tirada en el piso. La observas desde tu cama detalladamente, como si fuera la última vez que la verías. Cierras tus ojos con fuerza, y te prometes no llorar. No debes hacerlo. Es un signo de debilidad, y apostarías a que todas tus amigas se burlarían de ti. No es que ellas no tengan sentimientos, si no que están muy orgullosas de sí mismas por poder ocultarlos.

Pero tú, una pequeña y debilucha chica de dieciséis años, no eres como ellas, por más que quisieras serlo.

Tú ríes a carcajadas y algo se te hizo gracioso, mientras ellas intentan esbozar una débil sonrisa. Tú pides un postre si te quedas con hambre, cuando ellas intentan disimularla pidiendo sólo una ensalada. Tú abrazas a los amigos que más quieres, cuando ellas nunca lo demuestran.

Talvez sea porque ellas son chicas más maduras, que ya han vivido las cosas malas de la vida, pero su forma de ser te es desesperante. Tú no quieres convertirte en alguien como ellas, que esconden todo lo que en verdad son, y aun así quieres evitar llorar a toda cosa. No quieres que nadie se entere que estás triste, que tu corazón te fue arrebatado.

Bajas de tu cama, y te sientas en el suelo. Tomas la pequeña muñeca y a su cepillo, y empiezas a hacerle un par de coletas en su despeinado cabello. Vas al baño, tomas un pequeño trapo y le limpias la cara, llena de manchas. Sonríes mientras recuerdas las horas que solías pasar repitiendo lo mismo una y otra vez. Y siempre con él observantote.

Muerdes tu labio y vas de nuevo a tu habitación, donde decides que se vería mejor con el pelo suelto. Le quitas los broches y observas a tu nueva creación. Está igual que como al principio.

Ríes en el momento que recuerdas que era lo mismo que tu mejor amigo te decía.

—Ane… ¿Vas a jugar de nuevo con esa muñeca? ¡Siempre queda igual! —te había reprochado un chico de ojos turquesa, de no más de doce años— Además deberías madurar. Esas cosas son para niños.

Tú lo miraste amenazadoramente, pero seguiste cepillando a tu muñeca.

—¿Tú me la regalaste, lo recuerdas? Es tú culpa —le habías respondido, sin pensar en la pregunta que te había hecho. Apenas tenías seis años.

—Pero yo quiero que juegues conmigo.

—¡Juguemos juntos con nuestra muñeca!

—¿Nuestra? Yo ya estoy grande para esas cosas.

—No, no. Ella debe tener un papá. Porque si no estará triste, como tú, o como yo.

—Nosotros somos felices. ¿Ok? Jugaré… sólo porque estoy aburrido.

No llores, no llores, no llores; te repites una y otra vez. Escuchas como los más pequeños ya empiezan a sollozar a lejos, y las pocas amigas que aun te quedan en el orfanato intentan consolarlos. Pero nadie te consolaba a ti; su mejor amiga.

Talvez todos pensaban que la vida sin padres era dura, y sí, tenían bastante razón. También creían que te hacía madurar más rápido, muy cierto. Pero para ti no fue así, porque tú tenías a Mike. Él siempre lograba animarte, desde que llegaste el día que tu madre murió. Porque él, para ti, era más que un amigo, o que un padre. Él era Mike.

El día que él se fue del orfanato lloraste por horas, que se convirtieron en días. Las demás niñas te decían que te calmases, que Mike vendría a verte seguido, pero a ti no te importó lo que ellas dijeran. Cansadas de consolarte, te dijeron que te habías encaprichado, y realmente era así.

Pero ellas decían la verdad. Él venía todos los días a verte. Todos los días, menos uno. Ayer. Avientas la muñeca, aquella que simbolizaba su fuerte lazo, esperando que así no te duela. Porque tú no quieres ser más una niña mimada. Te sientas en una esquina y te abrazas a ti misma. No lloras. No gritas. Sólo quieres creer que él sigue ahí, a tu lado, y no tienes porque hacerlo.

Sólo quieres creer que eres sólo una muñeca. Su muñeca.
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